Mediante sucesivas modificaciones legislativas se ha hecho recaer sobre el factor trabajo la principal carga de reajustar la economía. Por eso, las empresas consiguen mejorar su competitividad y su productividad reduciendo los costes, principalmente, por la vía de la contención salarial.

Las sucesivas reformas laborales que culminaron con la del 2012 , a través de una progresiva desregularización laboral, ha permitido una amplia flexibilidad en el mercado de trabajo. Por lo que, el peso de la crisis se ha ido trasladando al anillo más débil de la cadena, donde se dan los puntos más delicados del mercado laboral.

Con la desestructuración de la normativa surgida del Estatuto de los Trabajadores, se acentúan, desde el punto de vista social, los puntos críticos para el factor trabajo como la temporalidad, la elevada rotación en el empleo, y las altas cifras de desempleo.

Aprovechar los conocimientos y experiencias de los empleados también es una cuestión pendiente de algunas empresas. En la evolución a la digitalización de las empresas son imprescindible estilos de liderazgo más colaborativos, con organigramas lineales, roles/objetivos por proyectos.

A través de las mejoras competitivas de las nuevas tecnologías, se avanzará en el camino de la productividad. Algunas empresas creen que la transformación digital necesita de la atracción de talento externo, y en ocasiones, esto puede ser necesario. Pero muchas veces se olvidan de capacitar/potenciar profesionalmente al talento interno.

Si no existen mejoras en la productividad, no es posible continuar compitiendo con los sueldos bajos. Con lo que finalmente, la productividad no avanza en la medida que sería necesario para poder liberar recursos y dedicarlos a la incentivación retributiva. En la innovación y utilización de nuevas tecnologías está la clave.

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