Según parece, nuestro sistema tributario es poco práctico. Aunque en España hacemos grandes esfuerzos fiscales, apenas se recuda un 37,8% del PIB de nuestro país. A siete puntos de la media de la Unión Europea y mucho más lejos de países más efectivos como Dinamarca, Suecia o Finlandia. Por ello, parece tener más razón (y necesidad) que nunca la reforma fiscal, y no sólo la propuesta por el actual Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, sino que aparece en todos los programas electorales de los partidos políticos a pocos meses de las elecciones generales.

El problema principal del sistema tributario español proviene de las bases imponibles y no tanto de los tipos impositivos. Esto es debido al complejo e importante número de exenciones, deducciones y desgravaciones, y al alto volumen de fraude fiscal acumulado que tenemos en España. Estas dos causas principales son las que hacen que el sistema tributario español sea un caos poco eficiente y poco rentable.

La solución, además de perseguir el fraude fiscal como se está haciendo de un tiempo a esta parte, es simplificar la gestión de los impuestos, de forma que consigamos minimizar las exenciones y desgravaciones que actualmente copan nuestro sistema tributario. Si tomamos como ejemplo a Irlanda, observamos que el tipo impositivo nominal del 12’5% en el impuesto de sociedades tiene un tipo efectivo cercano al 12% y con una recaudación sobre el PIB rondando también dicha cifra. En España, un tipo nominal del 35% provoca que la recaudación no llegue al 2% del PIB y el tipo efectivo se aproxime al 6%.

La reforma fiscal ha corregido algunos errores, pero sigue siendo insuficiente. 

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